Misterio Criollo

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Blog: "Misterio Criollo"

18 May 2025
18 May 2025
7 May 2025
Casona del Ingenio

Casona del Ingenio "Guaimaro", actual: "Museo del Azúcar"

EL MURAL MALDITO


Por: Maikell Lam Cervantes

La familia Borrell, de origen catalán, se estableció en la villa de Trinidad en el siglo XVIII, llegando a convertirse en una de las más acaudaladas, de entre la Aristocracia Azucarera de la Isla de Cuba, durante el siglo XIX. Uno de sus miembros, don José Mariano Borrell y Lemus, nacido el 6-10-1813 y fallecido el 5-6-1864, fue Coronel de Milicias de las Cuatro Villas, ostentando varias condecoraciones por mérito propio y por Real Despacho de 5-6-1860, obtuvo el título nobiliario de “Marqués de la Casa de Guáimaro”, creado en homenaje a los servicios militares prestados por su finado padre, don José Mariano Borrell y Padrón.

Entre las propiedades adquiridas y desarrolladas por su progenitor, se encuentran el Ingenio “Guáimaro”, que que en 1817 alcanzó la mayor producción mundial de Azúcar (en la época), de 82 000 arrobas y en 1830 (año de su deceso) se valoraba en 459 527 pesos. El ingenio contaba con una casa hacienda, que aún se conserva y cuya decoración consistente en pinturas murales en las paredes realizadas por el pintor italiano Daniel Dall Aglio, consistentes en escenas bucólicas, pastoriles, de ruinosos castillos, de conjuntos arquitectónicos neoclásicos y de sauces. Entre las obras destacaba un fresco dedicado al Demonio.

A los 40 años de edad José Mariano (hijo), contrajo nupcias con Doña María Concepción Villafaña y Galeto, una joven de 15 años, quien transcurrido el tiempo y de común acuerdo con los dos vastagos mayores de la pareja, pagaron a un esclavo la suma de 300 onzas de oro, a cambio de asesinar al Marqués. El hecho fue denunciado a las autoridades por el noble, pero al perder el juicio, seleccionó a 12 esclavos (que luego envenenó), para enterrar gran parte de su fortuna financiera contenida en 24 cajas de bronce en el ingenio “Lagunilla”, que no han sido descubiertas hasta la fecha actual.

El Demonio representado en la casona, estuvo lleno de un halo de misterio. Sus herederos, lo sobre pintaban una y otra vez, pero volvía a emerger como si el fresco tuviese vida propia, hasta que se decidió la demolición de la pared. El lugar es actualmente el “Museo del Azúcar”, gestionado por la Empresa ALDABA. Dos de sus trabajadoras declararon sentir “un estruendo como si se hubiesen caído todos los cuadros; abrimos inmediatamente y no vimos nada, solo los dos sillones del comedor que se estaban meciendo” y declararon sentir “...ruidos extraños, pasos en la casa, sombras moviéndose por la sala o el comedor, sillones que se mecen solos…”. ■

5 May 2025

LA CASA DEL SUFRIMIENTO REPETIDO

Por: Maikell Lam Cervantes

Existen múltiples teorías sobre espectros, algunas versan sobre cómo el dolor y otras emociones se graban en el éter, reproduciéndose por la eternidad; otras exponen que, los fallecidos pueden mediante determinada práctica, mover objetos en el plano físico. Lo cierto es que, sea lo que sea que ocurra, existen hechos que escapan al ámbito del conocimiento ordinario y también otros que no pueden ser percibidos en su dimensión total, por los sentidos humanos ordinarios. Ambas características se manifiestan en la anécdota que comparto a continuación y que fuera contada a mi madre, por mi finado abuelo materno, el Dr. Osvaldo Cervantes Rodríguez, prestigioso médico interno del Hospital Universitario “Calixto García” de La Habana.

Corría el año 1932 y mi abuelo, entonces menor de edad, se había recién mudado, en compañía de sus padres y hermanos mayores, a una casona en La Víbora, un barrio en expansión en La Habana de entonces. Al poco tiempo, particularmente durante una madrugada, el hermano mayor de mi abuelo, José Calixto, regañaba a un hombre desconocido, que junto a la despensa, se comía el azúcar de la casa. Sus gritos despertaron a todos, pero...sorpresa…¿De qué hombre hablas Joseíto? Aquí no hay nadie –le dijeron sus padres– mientras el seguía mirando a aquel hombre, angustiado.

En otra ocasión, la familia comía, mientras unas tazas de café (de un modelo que tenía tres patas), se desplazaban caminando hasta el borde del aparador, donde se detenían sin caer. Este suceso se repitió con bastante frecuencia, a la misma hora.

Lo más terrible era una mancha de sangre que no se quitaba de una de las paredes del inmueble, pese a que se pintó en repetidas ocasiones, se lograba cubrir totalmente, pero volvía a salir, lo cual resultaba tan perturbador, como los gritos de mujer que se escuchaban durante las madrugadas, a la par de un ruido de cadenas chocando entre sí.

Conversando con el casero, mi bisabuela pudo conocer que, los anteriores inquilinos se habían marchado asustados y que, en 1901, en esa propia vivienda, habitó una pareja de recién casados, quienes comenzaron a tener problemas conyugales y el esposo, luego de torturar a su esposa, la asesinó.

De más está decir, que mi familia vivió durante poco tiempo en aquel triste lugar. ■

Maikell Lam Cervantes
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